Lo que nos pasó aún no ha terminado de ocurrir y ya vemos los resultados. Lo que nos pasó es lo que le pasa a toda sociedad que una vez que alcanza cierto desarrollo material o bienestar a través del esfuerzo y del trabajo, termina por decantarse en la decadencia.
Algunos se preguntan cómo y cuándo llegamos a esta situación tan penosa que nos aqueja. Pocos indagan en las causas, la mayor parte se contenta con palpar la arena de la playa y nunca bajar a las profundidades para explorar y reconocer las causas.
No ha mucho que el escritor austríaco Stefan Sweig parió un libro en prosa donde acuñó un análisis de la realidad de su tiempo, estamos hablando de la Europa de finales del siglo XIX y de inicios del XX.
Cuando leí El Mundo de Ayer de Sweig no pude contener las ganas de tomar notas de cada una de sus ideas. Sweig nos regaló un retrato de lo que las sociedades esforzadas y pujantes tarde o temprano tienen que llegar a vivir: la decadencia.

Los años previos a la Guerra Franco-Prusiana, la vida de aquellas generaciones se situó en el trabajo, el esfuerzo y en la acumulación. La competencia, envidia y los bríos de potencia terminaron por precipitar a franceses y prusianos a una guerra que no produjo mayor cambio visible. Esa generación continuó trabajando, desarrollando un nivel cada vez mayor de bienestar, pues se reconocía la Segunda Ola de la industrialización europea.
A finales del siglo XIX, los judíos europeos habían acrecentado sus riquezas e influencia en la vida cultural de Europa gracias al trabajo duro durante generaciones. Esa generación de finales del XIX, le sobrevino una segunda generación que continuó con el trabajo y el esfuerzo, hasta que por fin apareció la generación causante de las dos grandes guerras que conoce el mundo moderno. ¿Qué pasó allí? Responder esta pregunta nos va llevar a comprender lo que nos pasó a nosotros, y lo que aún nos está pasando. Veamos.
Las dos generaciones que abarcaron desde 1850 a 1900 se encumbraron en generaciones caracterizadas entre muchas otras cosas, por el trabajo y el esfuerzo. Su nivel de bienestar fue tan bueno para la época, que esto les permitió acumular riqueza.
Muchos que formaron parte de estas dos generaciones iniciaron como humildes jornaleros, empleados de una factoría o industria, y poco a poco, gracias al avance del capitalismo y el libre mercado, pudieron acumular algún capital que les permitió nivelar un bienestar de vida que les facultó darle a sus hijos una esperanza de vida más amplia y un acceso a recursos que ellos mismos no contaron al principio.
Esta segunda generación continuó la labor de sus padres con respecto a la visión del trabajo como medio para obtener un nivel de vida aceptable y salir de la pobreza. En ese largo trecho muchas familias salieron no solo de la pobreza, sino que se enriquecieron. Una vez en aquel nivel de riqueza y quizás opulencia, empezaron a nacer las ideas del desastre.
Acostumbrados al trabajo duro, vieron como una valiosa oportunidad que sus hijos heredaran una mejor educación y que por fin pudiesen dedicarse a cosas que ellos habían querido hacer pero no habían podido lograr ya que debían continuar con la tradición del esfuerzo arduo al trabajo.
¿Qué pasó entonces? Ocurrió lo que irremediablemente debía ocurrir. Sweig nos lo cuenta con un hermoso pasaje que describe aquella época:
“Era magnífico vivir allí, en esa ciudad que acogía todo lo extranjero con hospitalidad y se le entregaba de buen grado; era de lo más natural disfrutar de la vida en su aire ligero y, como en París, impregnado de alegría, Viena, como bien se sabe, era una ciudad sibarita, pero ¿qué significa cultura sino obtener de la tosca materia de la vida, a fuerzas de halagos, sus ingredientes más exquisitos, más delicados y sutiles a través del arte y del amor? Amantes de la buena cocina, preocupados por tartas abundantes, los habitantes de esta ciudad también eran muy exigentes en otros placeres, más refinados. Interpretar música, bailar, actuar en el escenario, conversar, exhibir modales elegantes y obsequios en el comportamiento, todo ese se cultivaba como un arte especial. No era el mundo militar ni político ni el comercial lo que se imponía en la vida tanto del individuo como de la colectividad; la primera ojeada al periódico de la mañana de un vienés medio no iba dirigida a los debates parlamentarios ni a los acontecimientos mundiales, sino al repertorio de teatro, que adquiría una importancia en la vida pública difícilmente comprensible en otras ciudades.”
El anterior pasaje aunque fue publicado en 1942 ya no nos parece tan lejano si observamos con atención el mundo actual en el que vivimos.

Costa Rica y las generaciones
En Costa Rica la provincia más miserable del Virreinato de Guatemala durante la colonia, llegó a tener un gran avance económico y en el bienestar material y humano a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando por algunos años se puso un alto al comunismo propuesto durante los años 40s por el Dr. Calderón Guardia y Vanguardia Popular.
Esa generación de los años 50s y 60s del siglo pasado se caracterizó por una demostrada afición al trabajo, que tarde o temprano dio frutos. Los hijos de estos campesinos, jornaleros, operarios y demás continuaron con el arduo trabajo y posterior acumulación. A pesar de la quiebra del país provocada por los socialistas liderados por Rodrigo Carazo; esto se repitió hasta finales de los años 80s.
En los 80s y 90s parte de esa generación que se suponía continuaría con la tradición del trabajo, y que en dado momento llegaría acumular riqueza, pudo hacerlo y dio origen a la generación que vendría a catapultarse en el nuevo milenio.
El mundo que estamos viendo es el resultado del desastre de las ideas de una generación que dio origen a los llamados milenials, la cual al verse en una posición material estable y con un nivel de vida mejor que el de sus padres o abuelos, decidió que sus hijos ya no tendrían porqué crearse en la cultura del trabajo y del esfuerzo.
Al igual que la generación de Sweig, los padres dieron más libertades a sus hijos, algunos fomentándoles que dedicaran sus vidas a las artes y a las letras, otros simplemente alcahueteándoles el desamor por el trabajo y dándoles la oportunidad de “decida usted qué quiere hacer con su vida, total, plata no nos falta, usted no se va morir de hambre, sea lo que yo no pude ser en la vida”.
Como se ve, estamos en presencia de la causa del descarrilamiento del nivel de bienestar de la sociedad. Esto no solo ocurrió en un pequeño país centroamericano como Costa Rica, sino que ha estado pasando a lo largo de la historia en casi todos los pueblos del mundo.
Como el mundo actual está en plena transición de mando de generación que creó el problema a manos del problema, es posible comprender el ascenso de un discurso político que no es más que un slogan superficial.
La puesta en boga de temas de justicia social, minorías e igualdad es una muestra de que justamente es la generación milenial la que está tomando el mando o lo ha tomado ya en algunas naciones.
Las ideas socialistas que han profesado los jóvenes de casi todas las generaciones y ahora extendidas por la generación del milenio, son la respuesta que tienen ellos ante la pérdida de fe del mundo de los adultos. Los jóvenes socialistas necesitan algo que los llene y los guíe, es por eso que siempre demuestran con ahínco y con ardor la convicción de que todo aquello en lo que creen es suficiente razón para ser impuesto a los demás, así sea por medio de la violencia. Existe un paralelismo entre estas prácticas y el hábito de las sectas religiosas quienes al inicio son siempre extremas. Basta con creer que una causa o una fe es justa, para desatar la violencia física o verbal.
Antaño era normal que los que hoy son abuelos, facultaran a sus hijos para que por medio del trabajo pudieran costear los gastos de su educación. Hoy día eso ya no existe, porque ha sido catalogado como explotación. El resultado de ello es que ahora se exija que otros sean quienes paguen por tu educación y por muchos otros caprichos.
Reitero, los responsables de que esto ocurra hoy en día, son la segunda o tercera generación que alcanzó un nivel de vida material bastante confortable como para fomentar en la generación siguiente el descarrilamiento que hoy es posible notarlo y que también lo observó Stefan Sweig a principios del siglo XX.
Este proceso paulatino ha dado al traste con la sociedad y va terminar irremediablemente dando los mismo resultados que hace 120 años o que hace 3 mil años atrás. Dos o tres generaciones se “parten” la espalda trabajando y finalmente una generación de forma irresponsable termina dilapidando lo conseguido. Esta es la forma en que muchas pequeñas potencias ascienden pero nunca alcanzan una estabilidad.
El fracaso de las generaciones
Ahora bien, no es extraño este proceso en el tanto que cuando en la etapa adulta la mayoría de los hombres terminan viendo la realidad de la vida y dejan de lado el entusiasmo juvenil.
Y es que las generaciones problema de verdad que han generado un mundo caótico y en todas ellas hay paralelismos que inequívocamente las relaciona. Veamos por ejemplo, la generación europea que provocó las dos grandes guerras de la humanidad, era una generación que como ya lo indicó Sweig, procedían de generaciones que se habían esforzado y acumulado riqueza, la cual ellos se encargaron de malgastar en el mundo de las experiencias y la estética.

Veamos el ejemplo de Alemania, quien a partir de la segunda mitad del siglo XIX se dedicó al trabajo y al enriquecimiento, vio la luz una generación a finales de dicho siglo que provocó las dos grandes guerras.
Así por ejemplo, Hitler (1889) fue el más claro ejemplo de la generación problema que se dedicó a despilfarrar y anteponer sus criterios de justicia por sobre la realidad. Vivía en un mundo estético y artístico que hacía torcer la realidad en una especie de opera Wagneriana, a tal grado que se sabe que expresaba mayor sensibilidad por las artes, la literatura y lo etéreo que por la humanidad misma.
“Mientras era capaz (Hitler) de derramar lágrimas por el arte, como informaba uno de sus compañeros, permanecía indiferente ante lo humano, como confirmaban quienes lo rodeaban.” Describe Joachim Fest en relación descrita por Carl Goerdeler.
¿Es que acaso eso no ocurre cuando vemos la desaforada preocupación de las nuevas generaciones por el cuidado animal o por el cambio climático, y a la vez denostan a todo aquel que piensa distinto o se les opone? Muestran más amor a los animales que al ser humano. Esa característica que solo veíamos en los políticos, ahora la podemos encontrar en cualquier jovencito o adulto joven.
Evidentemente hay diferencias sustanciales entre pueblos como el germánico y el hispanoamericano, pero lo que resulta importante de señalar no son las diferencias sino las semejanzas. Ambas generaciones – tanto la alemana que causó la dos grandes guerras como la milenial que es la decadencia de generaciones – contienen en sus memes el mismo domicilio: el ocaso del bienestar humano a través de la degeneración inexorable.
El fracaso de una generación se mide por los resultados no por las intenciones. De la misma forma se juzga a las personas no por las intenciones sino por los resultados de sus intenciones. Los padres de dicha generación han fracasado en su mayoría. Todo quedará en manos de aquellos pocos que no han sido malogrados. Así será una vez más…